La luz se encendió en la habitación del segundo piso. Era la señal convenida. Se bajó del automóvil y cruzó la calle corriendo. Ya era demasiado tarde para sutilezas. Pese a eso, esperó a que le abriesen la puerta, y subió en silencio las escaleras. Una vez que estuvo ante la puerta, respiró hondo y puso su mano en la manilla. Inmediatamente recordó todos sus enfrentamientos previos, todas sus derrotas. Volvió a respirar hondo, y abrió la puerta.
La niña dormía tranquilamente. Sin hacer ruido, sacó con manos temblorosas su biblia y su rosario, se persignó y comenzó el exorcismo.
jueves, marzo 22, 2007
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Publicadas por Juanjo a las 11:59 p.m.
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